viernes, enero 22, 2010

Cuando lo políticamente correcto se descontrola.

Crítica Un Dios salvaje - La Nación.

Un Dios salvaje, de Yasmina Reza, versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Con Gabriel Goity, Fernán Mirás, María Onetto y Florencia Peña. Escenografía: Alicia Leloutre. Iluminación: Matías Sendón. Vestuario: Mariana Polski. Música original: Gerardo Gardelín. Efectos especiales: Alex Mathews. Dirección: Javier Daulte. Duración: 75 minutos. Paseo La Plaza.

Nuestra opinión: Excelente

En la versión local de esta obra, a pocos minutos de haber comenzado la acción la reunión entre el matrimonio a cuyo hijo adolescente un amiguito le "bajó" dos dientes y el matrimonio del hijo "golpeador" parece llegar a su fin. En nombre de las buenas costumbres, de las conductas contemplativas y tras superar algunos chisporroteos menores, el mundo de la adultez impone sus normas. Entonces, llega el momento del protocolar saludo final y la despedida de rigor. Sin embargo, no.

Un mínimo comentario prolonga la charla y la puerta de entrada al esplendoroso living vuelve a cerrarse. Después de unos diálogos, ahora sí, se van. Están otra vez frente a la puerta entre sonrisas incómodas, pero sonrisas al fin. Otro tenue cruce verbal merece una aclaración y, como dice el dicho, a veces aclarar oscurece. Más que eso: embarra.

A partir de ese momento, el público asistirá a una verdadera máquina compuesta por filosos dardos que arman el cuerpo central de este campo de batalla en el cual el pensamiento políticamente correcto occidental es sistemáticamente desarticulado. Las consecuencias sobre esos cuatro personajes son devastadoras. Más devastadoras aun porque todo está narrado bajo el paraguas de un humor irresistible. ¿El resultado? "Una tragedia divertida", como escribe la misma autora en el completo programa de mano. De Un dios salvaje se trata, la pieza de Yasmina Reza, la misma de Art y Las formas de las cosas , que dirige Javier Daulte e interpretan con maestría Gabriel Goity, Fernán Mirás, María Onetto y Florencia Peña.

Alan (Mirás) y Annie (Peña) son los padres del chico, digamos, violento; Miguel (Goity) y Verónica (Onetto), los dueños de casa y los progenitores del pibe de once años al que su amiguito le bajó los dos incisivos. En el cuarteto hay un abogado, una escritora y amante del mundo del arte, un vendedor de cacerolas y artículos para inodoros y una consejera en gestiones de patrimonio. Gente bien, con sensibilidad social. Gente bien educadita. En el mundo de las formas que habitan, el pulcro y diseñado living en el cual se juntan a tomar café y limar asperezas parece sentarles a la perfección. Claro que la maquinaria de Un dios salvaje lo que hace justamente es desnudar el mecanismo de las apariencias, patear con furia los buenos modales, escupir en la cara de lo políticamente correcto y dejar a los cuatro personajes patéticamente desarticulados.
En esa espiral arrasadora, las alianzas (sean de género, culturales o matrimoniales) se van replanteando constantemente. Todo estalla. En pedazos. En mil pedazos. Por eso a poco de iniciarse la acción del rodete de Annie (Peña) ya no queda nada y las camisas de ellos terminan empapadas en sudor. Del café con torta de manzana pasan el ron. De los buenos modales (o "de las deliberaciones burguesas de mierda", como dice en algún momento el personaje de Goity) alguien vomita sobre los libros de arte. En un punto casi de inflexión uno de los personajes se sincera: "¡Somos razonables sólo en la superficie, pues bien, dejemos de serlo!"

Y ya está. Todo estalló. De los "chicos violentos" ya nadie habla, ya nadie se acuerda. Después del derrumbe quedan solos. Solos y reconociendo que es el día más infeliz de sus vidas. Mientras todo eso sucede, el espectador escucha las risas propias y ajenas. El combo es, por lo menos, perturbador. El mejor Daulte

Javier Daulte se convierte en el genial manipulador de tiempos y tensiones escénicas que hace recordar a aquellos trabajos que montaba en la escena alternativa ( ¿Estás ahí? , La escala humana ). Hay que reconocerle que, junto con la producción, la primera medida que tomó, la elección del elenco, fue una de las más inteligentes y efectivas.

Al material dramático lo lleva por los caminos de una comedia desbocada, con algún "detalle" gore tarantiniano, sumamente eficaz. La obra comienza abruptamente y termina con un haka de esos con los que los chicos de los All Blacks meten miedo. En el medio, no hay respiro.
El trabajo de cada uno de los cuatro intérpretes es de un vértigo admirable. Nunca dejan a sus personajes aunque, circunstancialmente, ocupen un segundo plano. Cada bocadillo tiene su acción física. El desmoronamiento de sus respectivas fachadas es patético y de un ritmo que nunca decae. La entrega, en términos actorales y desgaste físico, es mayúscula.

Florencia Peña, en su mejor versión, hasta se permite romper la cuarta pared y volver a entrar a la situación como si nada. La mínima marcación corporal de Gabriel Goity habla por sí sola. María Onetto, conocedora del "método Daulte", impone un ritmo ensordecedor. Fernán Mirás crece a medida que avanza la trama y tiene picos notables. Los cuatro se complementan, se buscan, se potencian, se persiguen, se acosan. El resultado es de un nivel pocas veces visto.

Igual nivel y coherencia interna tiene la estupenda escenografía de Alicia Leloutre, que se va degradando como los mismos personajes. Junto a esos pilares de esta sociedad artística, el diseño de vestuario de Mariana Polski, la música de Gerardo Gardelín y hasta los efectos especiales de Alex Matthews suman puntos para convertir a Un dios salvaje en una propuesta que enaltece el circuito del teatro comercial.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar

Gracias Anabela por la información!

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