domingo, junio 14, 2009

Entrevista a Florencia Peña: "Me la recontra banco cuando me va mal"

"Me la recontra banco cuando me va mal"

Hiperactiva como siempre, Florencia Peña está por estrenar Frankie & Johnnie en teatro y dos programas en televisión. Aunque todavía se discute mediáticamente si se opera o se pone bótox, se siente al margen de la vida de los famosos y aspira a ganar reconocimiento a los 50 años. "Tengo una ideología sobre mi trabajo; las cosas hechas de taquito para hacer plata no me interesan".

Desde hace ya varios años, entrevistar a una figura de la televisión suele suponer tres barreras. La primera: hay que prometerle a su agente de prensa que la nota tendrá el espacio y la relevancia de una portada en Vanity Fair.

La segunda: hay que regatear el tiempo hasta lograr cuarenta minutos para hacer fotos y entrevista (un tiempo que, cabe aclararlo, es mucho menos que el que dispone Vanity Fair para hacer sus notas). Y la tercera: hay que conformarse con tener la charla en una "oficina–de–la–productora", porque arreglar la entrevista en la casa de un actor –como sucedía antes– es como querer saber el nombre de Dios.

En este tipo de cosas –y por otras más también– Florencia Peña no es una actriz "normal". Esta entrevista fue concertada con una amiga suya, no tuvo límites de tiempo explícitos y se realizó en su casa.

Su casa –tres pisos blancos, y un jardín con pileta y otoño–, que fue antes el hogar de Georgina Barbarrosa, quien en este momento vive en el chalet que fue casa de Florencia Peña, que a su vez está ubicado frente al hogar de Pablo Echarri y Nancy Dupláa, y que queda a pocos metros de la casa nueva de Humberto Tortonese (y no muy lejos de la de Leticia Bredice).

Es un mundo pequeño. Y en este pequeño mundo, que una chica menuda, bronceada, sonriente, te abra la puerta de su casa en jeans y te convide unas masitas y no espere de vos nada malo -ningún peligro– y no pida cuidados especiales para las fotos –ni ella, ni ningún representante enviado por ella– es una de esas diferencias que importan.

Desde hace ya varios años, Florencia Peña es una de las pocas –poquísimas– figuras del espectáculo que se caga verdaderamente en la comodidad del estrellato. Se achicó las tetas cuando todas se las inflaban. Coprodujo el casi único –y fugaz– programa de humor hecho por mujeres (Chabonas). Invirtió sus ahorros en tres musicales infantiles (Tommy, Alicia Maravilla y En mi cuarto, Blancanieves) cuando los chicos no eran un negocio redondo. Devino la cara de la primera sitcom hecha en el país (La Niñera) cuando aun no se sabía si la copia de un formato americano estaba condenada al éxito o a qué. A días nomás de parir a su primer hijo se calzó un corset, un portaligas y una bombacha colaless y –en la serie Disputas– le puso el cuerpo a la escena de sexo más explícita que tuvo la pantalla chica. Se fue de viaje con Marley con la boca hecha un buque por obra y gracia de unos braquets. Y ahora, de pie en el living pálido y perfecto de su casa, le pide a Patricio Pidal –el fotógrafo de esta nota– que por favor haga lo que se le antoje.

–Nosotros no vivimos en Hollywood. No tenemos infraestructura para hacernos las estrellas del estilo "ando con guardaespaldas y la gente me quiere matar", o posar sólo con el perfil derecho o usar vestidos con cola de acá hasta la esquina. ¡A nosotros nos tocaron los Martín Fierro, chicos! Acá insistimos con el debate de ver quién fue la más linda, quién se vistió mejor, y yo pienso: ¿pero qué quiero que pongan en mi lápida? ¿"La que se vistió mejor en los premios"? ¡Me muero! ¿Vos te acordás si Niní Marshall se vestía bien o mal, si tenía la nariz derecha o torcida? El problema es que la televisión instala cosas, incluso entre los artistas, que no tienen que ver con la decisión de actuar. Es como si te llenaran la canasta con cosas que no entran. Pero yo me quiero ocupar de actuar, porque el prestigio no se construye sólo con un trabajo. Ni siquiera una carrera se construye con un trabajo. Recién a los cincuenta años, cuando yo haya hecho muchas cosas, quizás me vuelva indiscutible. Pero hoy, aun cuando tengo veintisiete años de carrera, indiscutible no soy. Y eso me baja a tierra y me enciende.

Empezó a trabajar a los cinco años, cuando le pidió a su madre que la llevara a Festilindo y ella respondió que sí, a cambio de algunas condiciones: Peña tenía que estudiar canto, danza jazz y teatro. El debut en ese programa fue el puntapié para un trabajo continuo en televisión. Luego llegarían Clave de Sol, Nosotros y los Otros, y principalmente Son de Diez: una comedia con un piso de cuarenta puntos de rating que popularizó el escote de Peña y que dio origen a ese joven mito sexual llamado "La Pechocha".

Terminada la tira, le ofrecieron hacer teatro de revista y posar para Playboy, pero ella respondió achicándose las tetas. De ahí en más, Peña hizo todo aquello que no se esperaba que hiciera: produjo y protagonizó obras para niños y adultos; hizo musicales grandes y pequeños; compartió pantalla como comediante –y no como partenaire semidesnuda– con Guillermo Francella; y fue protagonista absoluta del boom de las sitcom, con programas como La niñera, Casados con hijos y Hechizada.

El próximo 17 de junio, además, estrena Frankie & Johnny en el claro de luna, la obra de teatro de Terrence McNally que descolló en Broadway y fue llevada al cine con Michelle Pfeiffer y Al Pacino. En este caso, Peña comparte cartel con Luis Luque y es dirigida por Leonor Manso. Por afuera del escenario está la televisión: falta poco –aunque no hay fechas exactas– para que Telefé arranque con Flor de Palabra, un programa de entretenimientos por Telefé, y con una serie coproducida por Sebastián Ortega (puesta para reemplazar a Los exitosos Pells). Por último, quedará por estrenarse Dormir al sol, una película de Alejandro Chomsky que está basada en un cuento de Adolfo Bioy Casares.

Es su primera incursión en cine.

–¿Sentías la presión de hacer cine?
–No me dejo presionar por nada. Nunca trabajé para la estrategia, sino para las cosas que me dieron ganas. La verdad es que desde hace un tiempo que me venían llamando, pero siempre había algún problema. O estaba tapada por mi trabajo en el teatro y la televisión, o el proyecto no me interesaba del todo. No tenía ganas de llevar al cine algo que puedo hacer en la tele. Pero la propuesta de este cuento me gustó. El personaje es chico, contenido: soy una viuda con un hijo en la década del 50. Fue un trabajo interesante, pero no porque se trate de cine, sino porque el proyecto es bueno.
–Sin embargo, se habla del cine como uno de los destinos de un actor prestigioso.
–A ver: hacer cine es interesante porque te internacionaliza, cosa que para los actores argentinoses muy importante. Pero no todo el cine por ser cine es interesante, ni todas las películas independientes por ser independientes son intelectuales, ni todas la películas comerciales por ser comerciales son una bosta. Lo único que evalúo cuando pienso en un proyecto es que no sea siempre lo mismo.
–¿Estás cansada de "hacer reír"?
–Para nada. Pero sí quiero salir de la faceta del comediante. En mi vida, el humor se me abrió casi como un regalo. Uno no puede decidir ser gracioso: es un don; sucede o no sucede. Pero el
humor no es lo único que me define. Ahora estoy haciendo Frankie & Johnny, que tiene una profundidad muy distinta a mis trabajos anteriores. Y vengo de hacer Sweet Charity, que era una mega comedia musical. Y estoy poniendo una productora, o sea: yo tengo una ideología sobre
mi trabajo; las cosas hechas de taquito para hacer plata no me interesan.
–¿Por qué?
–Porque sólo podés crecer cuando las cosas no están dadas desde un lugar exitista. Cuando
estás en el éxito no te planteás nada. En el éxito decís "uy, no voy a mover nada porque así está
fenómeno", y entonces todo queda teñido de un color. Sólo cuando las cosas no salen tan bien
uno realmente se plantea cosas.
–¿Qué tipo de fracasos te hicieron crecer?
–No me gusta hablar de fracaso, pero bueno: entre los 20 y los 22 años, por ejemplo, yo estaba
muy deprimida. Los medios me querían poner en bolas, no tenía trabajo, me había separado.
Empecé a vender mis muebles, el auto, la casa… no tenía para viajar en taxi y entonces me
tenía que tomar el colectivo, y yo era famosa. Viajaba en subte después de hacer Son de Diez.
Y me acuerdo que yo estaba sentada en el subte y la gente me miraba y lo único que yo pensaba
era: "Esto también va a pasar". Ese fue un camino que evidentemente yo tenía que recorrer.
Después me endeudé para producir mi primera obra de teatro para chicos, Tommy, y fue un fracaso estrepitoso: venían quince personas por función. Por un lado yo me sentía horrible, frustrada, querida por nadie. Pero por otro, fue tan hermoso hacerla. La obra fue nominada al ACE , y fue la forma que encontré para quitarme el miedo a producir mis cosas. Lo mismo me pasó con Chabonas. El programa hacía cuatro puntos de rating, pero me hizo reconocerme graciosa. Fue la primera vez en la que noté que las personas se reían conmigo. Por eso Chabonas es un programa que yo recuerdo con tanto cariño. Aunque la gente ni sepa qué es.
–En ese programa te arrojaste al vacío de un modo descarado. Daba la sensación de que ni siquiera te importaba ser graciosa.
–Justamente por eso el programa funcionó, al menos para mí. Saltar al vacío te puede hacer
crecer. Cuando empezás a ocupar espacios de poder a nivel "figura del medio", empezás a tener miedo de esa valentía porque te puede llevar a que los demás te critiquen mucho. Pero gracias a
dios yo la sigo eligiendo, aun cuando eso signifique exponerme a que me tiren dardos.
–Pero no has sido una persona muy criticada, ¿o sí?
–Es raro, no lo sé... A veces pienso que cuando más te quieren, menos te quieren. Cuando yo era
"un proyecto de" era "qué divina Florencia" y "mirá qué buena actriz, qué talento esta chica,
qué destape con Francella", me llovían las nominaciones y los premios. Pero cuando fui certeza, y no fui más promesa, entonces empezó el "bueh, no es tan buena, estuvo un poquito inflada...".
Este es un medio que tiene la perversión de crearte para después hundirte. El otro día me
preguntaban: "¿Qué sentís al ser la sucesora de Susana?" ¿Y yo cuándo dije eso? ¿Por qué tengo
que hacerme cargo de algo así? Hay que estar especialmente en eje para no entrar en un discurso
que no te pertenece. Cuando estás en el medio se meten con todo: si tus hijos son lindos
o feos, si tu marido es buen o mal músico, si tenés pozos en el culo o se te cayó la cara...
–¿Lográs mantenerte lejos de las presiones por la imagen?
–Eso es difícil para las mujeres, porque la presión es alta. Pero yo trato de cagarme también en
eso. En los últimos tres programas que hice estoy con una peluca que me envejece treinta años.
¿De qué estética me están hablando? Dame una demostración de que mi carrera está basada en
que quiero estar divina todo el tiempo.
–Hace unos meses se habló bastante de tu cara. Se armaron debates sobre si te habías "tocado" algo.
–A ver: hay algo que es real. Trabajo desde que tengo siete años y las caras cambian. Si te muestro fotos de los veinte años, yo era redonda. Pero si te muestro fotos de hace dos años, se ve que me puse más angulosa. Pero más allá de esa situación... yo creo que porque me cago en todo
me pasan las cosas que me pasan. Cuando me puse los aparatos y me fui con Marley de viaje
tenía la boca que parecía el Guasón, pero no me preocupé por el qué dirán. Y de ahí en más, empezaron a armar una montaña de teorías. Ni les interesa saber la verdad. Yo no estoy en contra del bótox y en el futuro me pondré lo que se me
antoje ponerme. Pero, en este momento, siento que si me meto algo pierdo mi gestualidad. Y
para mí esa pérdida es importante. Entonces yo me tomo el trabajo de explicar todo esto y, finalmente, cuando termina la nota, el periodista arremete: "Ella dice que no, pero se tocó toda y
te voy a decir dónde". ¡Hasta han armado informes especiales sobre el tema! Y la verdad es que
si se van a hacer los sagaces, empiecen por el photoshop, chicos. Me acuerdo que una vez hice
la tapa de una revista y me llama Pergolini y me dice "Florencia, te redescubrimos" y le dije "no,
querido, no te hagas ilusiones, el ser que están viendo es absolutamente hecho a nuevo". Así que
imaginate: si estuviera midiendo esas cosas me volvería loca. La tele tiene esa contracara: los
millones de ojos que te adoran y la pasan bien con vos, también evalúan si estás flaca, gorda,
divina, hecha bolsa... La mirada del otro es permanente, para bien y para mal. Y es difícil que el
camino que vos querías trazarte no se te doble con eso.
–¿Ves casos en los que esto ocurre?
–Claro. En gente que conozco desde hace mucho. Vos ves que de repente les va muy bien y
se empiezan a ir, y a ir, y vos decís "ay, es la ley de gravedad: en cualquier momento caen". No se
puede vivir en la cresta de la ola. El problema es que si vos pensás que sí se puede, cuando te caés el golpe siempre es más fuerte.
–Los programas tuyos que saldrán este año (el de ficción y el de entretenimientos) seguramente compitan con el de Tinelli. ¿Te preocupa el
rating?
–Todavía no está claro cuál será el horario, pero da igual: lo que yo creo es que si estás todo
el tiempo pensando en el rating te volvés loco.
–O sea que lográs abstraerte.
–Absolutamente. Si realmente estuviera pendiente del rating habría hecho cosas que no hice. Me la recontra banco cuando me va mal, porque sé que nadie es responsable absoluto ni de un fracaso ni de un éxito. Hay muchas cosas que influyen. Yo no voy a dejar de ser Florencia Peña
porque me vaya mal. Y tampoco voy a ser más Florencia Peña porque me vaya bien: en todo
caso me va a subir el caché. Pero el caché me va a subir y después me va a bajar, y si no entendés que en esta carrera la sensación es que todo el tiempo estás en nubes de pedos, sonaste. Yo hice programas de treinta puntos de rating y programas de dos puntos. ¿Qué era diferente en mí? Nada. Tenía los mismos problemas, me hacían reír las mismas cosas. Lo único que me cambió es que hacía más publicidades.


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http://criticadigital.com/revistacfiles/revistac68_web_1.pdf

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